Ruinas del olvido…
Seis kilómetros cuadrados yacen
sobre el lago de Maracaibo, bordeada de manglares y llena de olvido. Recuerdos,
historia y soledad son los únicos habitantes de la Isla de Providencia. Isla
que albergó al leprocomio más grande de Venezuela por decreto del Libertador, Simón
Bolívar, en 1.828.
Seis millas entre Maracaibo y
Providencia, un aislamiento forzoso que obligó a los enfermos de Hansen, Lepra,
a convivir con otros, que también la padecían a causa del inminente rechazo
social que giraba en torno a su piel. También llamada Isla del Lázaro por
tratarse de una enfermedad bíblica, la enfermedad del pecado. Nombre que tuvo
en 1.831 cuándo comenzó a tener funcionamiento
y a recibir a sus primeros cinco pacientes. Se conoce que en sus 154 años
abrigó a cerca de mil mártires.
El único acceso a Providencia era y
es por vía lacustre, para la fecha existía una embarcación exclusiva llamada“El
Bongo”; al llegar un enfermo desde regiones andinas éste pitaba fuerte desde el
medio de las aguas del lago, anunciaba la llegada de un nuevo mártir. Los únicos
propósitos de su cruel lejanía era evitar el contacto con los sanos, el rechazo
incontrolable y la propagación de la Lepra por todo el territorio.
Dentro de Providencia cada enfermo
lejos de sentirse preso hizo de ella una comunidad, una ciudad. Las rentas que se devengaban del Puerto de la
Vela de Coro, tal como lo estableció el Libertador, daban abasto para el
sustento económico de los enfermos. Tanto, que dentro de la isla aún quedan
restos de los que fue el cine, pabellones de hombres y mujeres, la casa de las
enfermeras y grandes tanques de agua. Pero en verdad, existió mucho más de lo
que estas pieles nos dejan ver. Cabe destacar, que para 1.951 sobre estas 47
hectáreas se construyeron alrededor de 70 casas para los enfermos que convivían
con sus parejas, también víctimas de la enfermedad. Edificaciones con cerca de
20 habitaciones, una cárcel, dos iglesias; una católica y otra protestante, de
las cuales ya no queda rastro.
Providencia fue su refugio, su
trabajo. Y muy a pesar de que el gobierno les daba una pensión y absolutamente todo
lo que ellos necesitaban dentro de la isla, no les gustaba ser unos mantenidos.
En la isla había sembradíos, cultivados por los mismos enfermos, vendidos a quienes iban a la isla a surtirles de
carnes, pollos, legumbres y sobre todo de agua; dos veces por semana.
Lo más característico de los 154
años de esta Providencia fue que el miedo al contagio de la enfermedad hizo
circular dentro de ella una moneda únicamente para los enfermos. La primera
“Cascoja” como le llamaban a los cobres negros, circuló en 1.916 bajo el nombre
de “Leproserías de Venezuela”. Y, en 1.939 con el nombre de “Leproserías Nacionales,
Isla de Providencia”.
Hoy en día parece que la enfermedad
cayó sobre nuestra poliglota Providencia; su tierra y sus edificaciones
personifican la Lepra en las cientos de grietas que en ella se dejan ver. El
leprocomio dejó su funcionamiento sobre las aguas después del descubrimiento de
la cura por parte del venezolano Jacinto Convit en 1.983.
La construcción del nuevo hospital
Cecilia Pimentel en tierra firme y el desalojo de Providencia el 20 de agosto
de 1.985 fue para muchos de los pacientes del leprosario un golpe bajo. Ya nada
sería igual. No habría tardes de juegos, ni de cine. Los domingos ya no sería
para compartir en la cena, no cocinarían juntos. No tendrían acceso a nada más
que estar acostados.
La isla fue su hogar, más que un
hospital donde solo vivían los de su misma condición y pese a que el ingreso de
sus familiares sanos era restringido, en Providencia habían formado una
familia, una hermandad. Preferían morir antes de volver a la soledad social.
Cientos de los restos reposan en “La
garita”, cementerio con vista al este y ubicado al norte del triangulo
irregular que forma Providencia en el lago, tapeado totalmente por el huésped
más inminente, el monte.
Providencia más que un simple
leprocomio es una joya histórica y colonial. A sus 26 años de abandono ha sido
víctima de piratas y profanadores que han destruido todo cuanto han podido en
busca de lo que ellos creen, tesoros escondidos. Proyectos de restauración se
plantearon en torno a su magnífica ubicación y majestuosa arquitectura, pero
lamentablemente el olvido y la falta de recursos para salvarla tal parece que
no tiene cura.
Decreto del Libertador |